Francisco Javier Pérez Cabezas
Enfermero Gestor de Casos del
Servicio Andaluz de Salud
En estos tiempos de crisis, donde la incertidumbre nos acucia, casi nada escapa a esa afectación, entre tristeza y desánimo, que todo lo inunda. La profesión enfermera no es una excepción: los que ejercemos este arte y ciencia desde hace algún tiempo nos acostumbramos a vivir con esta permanente percepción de zozobra.
Nuestra variopinta formación de base (ATS, DUE, Graduados), la aparición de las especialidades, la inestabilidad laboral, las ratios sobredimensionadas, las inequidades conocidas… hace que las enfermeras nos movamos siempre en un escenario donde sobrevivir a la jornada laboral es casi heroico. Y claro, si alguna profesión se puede considerar como la de los resilentes, esa es la nuestra.
Esa capacidad de crecer y resistir ante la agresión y la adversidad es la que nos permite estar al lado de los más necesitados, de empatizar y llegar a los más vulnerables, consiguiendo mejorar su nivel de cuidados, la cual es nuestra área de responsabilidad profesional.
Por sí mismo, me parece argumento suficientemente potente para empoderar a las enfermeras como las garantes y una de las más claras referentes de los sistemas sanitarios para el abordaje de los pacientes crónicos complejos. Y es este, el nuevo reto de futuro que debemos encarar las enfermeras, ya que los cuidados de este perfil de ciudadanos requieren de un profesional formado, implicado y con capacidad para influir en la mejora de los estándares de salud. Los últimos quince años de mi ejercicio profesional, los he desempeñado profesionalmente como Enfermera Gestora de Casos (EGC), si bien esta figura ha ido sufriendo vaivenes y está en continua evolución, y a veces, 11 cuestionamiento, como muchos de los elementos ligados a la enfermería.
En el sistema sanitario público de Andalucía, esta modalidad de atención se introdujo en el año 2002, en el marco de las estrategias de mejora de la atención domiciliaria diseñadas para dar respuesta al Decreto de Apoyo a las Familias Andaluzas (1), extendiéndose poco después a los hospitales. En ambos niveles, el servicio de gestión de casos se asignó a enfermeras con amplia experiencia en atención primaria o en unidades hospitalarias, que fueron seleccionadas para el puesto, tras haber recibido una formación específica para ello.
Realmente el inicio fue en Atención Primaria de salud y comenzó llamándose a estas primeras enfermeras de práctica avanzada, Enfermeras de Enlace, y dirigían su atención a pacientes incluidos en el programa de atención domiciliaria con cuidados de larga duración, en fase terminal, o con alta necesidad de cuidados por un periodo limitado tras un episodio de hospitalización, y a las cuidadoras/es de estos, consiguiendo i la visibilización y empoderamiento de estos grandes olvidados por las organizaciones sanitarias y que tan crucial papel juegan.
El modelo de gestión de casos desarrollado en Andalucía, se orientó, desde sus comienzos, a la captación y mejora del acceso a los servicios de personas con problemas de salud complejos, a menudo con más de una enfermedad crónica, a los que con frecuencia se añadían factores sociales que aumentaban la vulnerabilidad, y cuyo manejo hacía necesaria la intervención de diversos profesionales, de diferentes niveles asistenciales e incluso de distintos sectores.
Ese modelo pretendía ser rompedor y con base en la atención primaria: las por entonces enfermeras comunitarias de enlace, asignadas 12 a sus correspondientes centros de salud, “acompañarían” al paciente en su devenir por el sistema. Eran sus garantes y defensoras ante un sistema complejo y a veces hostil, cambiando usos y costumbres y atravesando las fronteras del hospital para liderar la planificación del alta, o incorporar un servicio especializado al plan de gestión del caso, acudiendo al domicilio ante una situación de crisis para intervenir ante un riesgo de reingreso.
Los logros de esta figura fueron rápidamente reconocidos no solo por el Servicio Andaluz de Salud desde sus responsables, sino por los profesionales, y fuera del entorno andaluz, como un elemento de buenas prácticas contribuyendo al aumento de la eficiencia y efectividad del servicio, al influir positivamente sobre la recuperación funcional de pacientes, el acceso a profesionales y recursos, la satisfacción de los pacientes y las personas que cuidan, el manejo del régimen terapéutico, la sobrecarga de personas cuidadoras y la utilización de los servicios.
Pero en estos tres lustros, esta enfermera gestora de casos que os habla, es frecuentemente preguntado por la pertinencia de la figura en la actualidad. Mi respuesta no ofrece dudas: ¡Claro que es útil! Más bien diría necesaria, como elemento de ayuda sinérgica al resto de las enfermeras y profesionales para garantizar, en esos crónicos complejos, las mejores soluciones, como elemento que “lubrique” y posibilite las transiciones de niveles asistenciales, haciéndolas seguras y eficientes y mejorando la coordinación interniveles y el diálogo multidisplicnar para garantizar cuidados eficaces y eficientes. Debe ser un elemento de dinamización de todo el colectivo enfermero, estando a su servicio, y mostrándose cercano a los compañeros, tratando de compartir esas prácticas avanzadas e innovaciones en cuidados.
Tener a enfermeras gestoras de casos es una oportunidad valiosa para el colectivo como avanzadilla de una mejor enfermería. Debemos ser la punta de lanza que trate de hacer entender a las organizaciones sanitarias la importancia de los cuidados profesionales como un elemento crucial ante los nuevos escenarios de cronicidad y complejidad que se avecinan, donde se precisan más enfermeras que cualquier otro tipo de profesional.
Pero siempre, como uno “inter pares” no como una élite alejada del resto del colectivo. “Nadie es tan bueno como todos juntos” , dijo Di Stéfano, y eso es algo que deben entender los EGC y el resto de los enfermeros, porque en el desarrollo profesional moderno que aporte valor añadido, estará nuestra fuerza, nuestro reconocimiento “empresarial” y social, además contribuirá a mejorar nuestra, a veces frágil, felicidad.