Diego Ayuso Murillo.
Gestor Sanitario.
La práctica asistencial actual, estrechamente ligada al avance técnico y científico, conlleva un insospechado poder sobre las personas. Poder que, en ausencia de claros referentes éticos, puede conducir a un segundo plano la humanización de la asistencia.
Desgraciadamente no es infrecuente, escuchar y ver en la labor asistencial, expresiones y situaciones del tipo:” Hazle tal cosa a la cama tal “, “la artroscopia de rodilla de ayer”, etc. Es la llamada cosificación del paciente, donde el paciente pierde sus rasgos personales e individuales, se prescinde de sus sentimientos y valores y se le identifica con sus rasgos externos. Vivimos en una sociedad, donde las relaciones interpersonales experimentan un palpable empobrecimiento al ser trastocadas en meras relaciones interindividuales, no nos interesa lo que le ocurre a los demás, no saludamos a nuestros vecinos, somos más egoístas, dudamos si alguien nos solicita ayuda. Esta situación desgraciadamente también se traslada a las organizaciones sanitarias.
Por otro lado, con cierta frecuencia, es en la organización y funcionamiento de las estructuras sanitarias donde se hallan algunos de los factores que, de forma directa o indirecta, atentan contra una asistencia humanizada. A menudo el paciente se relaciona no con un médico o enfermera en particular, sino con un equipo más o menos extenso de personas. Esto impide la relación de confianza que solo es capaz de generarse en una comunicación interpersonal estrecha y fluida, a la vez que diluye el compromiso con su cuidado y la responsabilidad con los resultados de las acciones diagnósticas y terapéuticas. Por ello es fundamental asignar médico y equipo de enfermería responsable, con la mayor estabilidad posible de seguimiento de pacientes, siendo a veces muy complicado su logro por los ritmos de rotación del personal asistencial.
Otro factor de gran relevancia es la formación del personal sanitario, centrada de forma casi exclusiva en el desarrollo de habilidades técnicas, en detrimento de habilidades de comunicación y empatía, casi inexistentes en los programas de pre y postgrado, unido a la enseñanza de una ética deontológica limitada a códigos administrativos y procedimentales. Esto implica la existencia de profesionales con un elevado saber científico y gran pericia técnica, pero con una pobre formación humana y la consecuente incapacidad para interactuar con la persona enferma, lo cual impide comprender el proceso salud-enfermedad desde una perspectiva holística e integradora. La enseñanza de la ética médica y de la bioética en los estudios de pregrado, debería combinar una parte de formación básica en forma de conferencias y seminarios, y una parte más práctica e interactiva que coincida con la formación clínica.
Una excesiva presión asistencial dada por la duración, intensidad y el elevado volumen de trabajo, favorecen la despersonalización de la atención sanitaria, ya que en ambientes sanitarios sobrecargados no habrá tiempo, disponibilidad ni oportunidad de establecer una verdadera relación humana. Por ello es fundamental, buscar el equilibrio y establecer ratios de profesionales- pacientes, que posibiliten dichas relaciones mejorando las condiciones de trabajo.
La competencia profesional constituye uno de los pilares deontológicos básicos para una atención sanitaria humanizada. Ser competente significa estar capacitado para desarrollar la propia profesión de un modo óptimo. No basta la presencia de un conjunto de aptitudes sino también de actitudes, como la capacidad de escucha y de diálogo, la empatía, la simpatía y el respeto. Estas importantes dotes necesitan ser educadas y ejercitadas, desde los primeros momentos de la iniciación profesional. El ser competente exige del profesional sanitario un esfuerzo constante, pues el saber humano se transforma y enriquece aceleradamente, su deber es dominarlo y emplearlo adecuadamente para lograr atender al enfermo de una manera eficaz y a la vez humana.
Es necesario, además, tener en cuenta que los pacientes cada vez tienen más información y conocimiento de su estado de salud, y los profesionales de la salud, han de incorporar esta realidad a su práctica profesional. Para conseguir lo anterior hay que destacar la habilidad en las relaciones interpersonales que los profesionales sanitarios deben poseer. Éste es un factor clave dado que, tanto en la práctica asistencial como en la gestión, existe un punto común: la relación con las personas. Y por ello, la dirección y el personal sanitario han de ser muy hábiles en sus relaciones humanas, sin perder de vista la empatía, para atender a los pacientes de la mejor forma posible.
Si nuestra actuación profesional se sustenta en un trato más humano, potenciando las relaciones interpersonales empáticas, sin duda se logrará mejorar la calidad de las prestaciones asistenciales que se ofrecen a los usuarios de la sanidad. Las virtudes que debería poseer idealmente el profesional sanitario son la veracidad, la intimidad, la confidencialidad, la compasión, el discernimiento, la confiabilidad y la integridad. Es decir, en especial, la virtud de mostrar empatía con el malestar y el sufrimiento de los demás y la habilidad de llegar a una relación profesional de cordialidad y respeto, sin juicios de valor.
El principio que orienta, y limita toda la actividad biomédica se encuentra en la dignidad humana, los principios que tenemos que aplicar siempre como profesionales, son la salvaguardia de la dignidad y los derechos de los seres humanos. Los principios de la ética, son las pautas para la toma de decisiones morales en el ejercicio profesional. Sirven para justificar las reglas seguidas en la atención del paciente. Los principios éticos más importantes en la práctica de las profesiones sanitarias son los siguientes: beneficiencia y no maleficiencia, justicia, veracidad y fidelidad.
Los profesionales sanitarios deben tener una gran implicación en los aspectos bioéticos, fundamentalmente en lo que se refiere a la práctica del cuidado a partir de los valores de las personas, la relación de agencia que mantenemos con las personas enfermas y sus familias, los conflictos que se plantean en el trabajo en equipo, conflictos entre la práctica asistencial y las estructuras organizativas de las instituciones sanitarias, la autonomía del paciente, el valor del autocuidado, los conflictos al final de la vida, en el mantenimiento del confort.
El deber de los profesionales sanitarios es propiciar el mayor bien para sus pacientes; es decir, defender sus mejores intereses, que son la vida y la salud. Si como profesionales de la salud, en nuestra práctica profesional, nos ponemos a reflexionar si este o aquel acto mío va a beneficiar a mi paciente o a la comunidad, estoy adelantando un juicio ético. Sólo el desarrollo personal de hábitos intelectuales y morales nos pone en condiciones de tratar los problemas humanos en sus justos términos, en nuestra actuación profesional.
El proceso de humanización es parte fundamental de la calidad del servicio que se presta. Cuando una persona enferma, se sitúa en un estado de vulnerabilidad extrema, por lo que resulta crucial la actitud de los profesionales, dispuestos a respetar a las personas y su dignidad. La presencia humana ante las personas con enfermedad, sufrimiento y dolor es insustituible: mirar, hablar, sonreír, mostrar calidez, escuchar, mostrar sensibilidad y comprensión a la situación del otro.
Hay que destacar en este enfoque de humanización de la asistencia, las habilidades de comunicación y la empatía, la cual consiste en escuchar
atentamente realizando una adecuada escucha activa para comprender las peticiones de los familiares y dudas sobre la situación de su familiar. La escucha activa es una habilidad que puede ser adquirida y desarrollada con la práctica. Sin embargo, puede ser difícil de dominar, pues hay que ser pacientes y tomarse un tiempo para desarrollarla adecuadamente.
Es fundamental conocer y aplicar la legislación vigente relacionada con los derechos y deberes de los pacientes, y seguir fielmente los códigos deontológicos de las profesiones sanitarias, para que la humanización sea una prioridad ineludible en la actuación profesional, velando por la calidad y la seguridad de los pacientes, incorporando el trato, la comunicación, la escucha activa y el respeto tanto al paciente como a sus familiares.
Siendo más humanos ganamos todos, nuestra sociedad, los pacientes, los familiares y nosotros como profesionales. No olvidemos que lo que más valoran los pacientes de la atención sanitaria es el trato, el respeto y la atención humana.